jueves, 22 de julio de 2010

Té verde

Cada vez que suelo oír que lo inhumano es lo que repugna, me pregunto: ¿Será que tal vez, en vez de lo inhumano, sea lo meramente humano y la soberbia, tan humana como el hombre, no permite admisión? El secreto está en el fariseismo, en el poder moverse de aquí para allá sin obstáculo alguno, en fundamentar creencias patéticas que no hacen más que suplir el bochornoso acto de estar vivos. Devorándose la capacidad que permite ser el mejor bicho que habite el mundo, el universo, aquella de hacer lo que se te plazca. Convenciéndose repentinamente del éxito como si fuera un elemento vital, el que alimenta. Así si que se pueden hacer cosas buenas, rebosando en felicidad. Hasta que la muerte los separe.
Tan sencillo es persuadir con tan poco, satisfacerse. Un éxito inócuo que conmueve a millones, lo insensato. En lo único que creo es en la muerte, tan presente y turbia verdad, nobleza casta. Pero yo tampoco voy a ser infiel a mis convicciones, si a aquella la primera mi condición innata, la de ser humano; es lo único que resta.

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